Parece que el tiempo se ha detenido hace un siglo cuando cruzas el umbral de ese portal. Y apuesto a que en este mismo momento, esas dos personas siguen allí sentadas, esperando a que un huésped entre para subirle en el ascensor y poder entretenerse, por unos minutos, observando a la persona que ha irrumpido en su monótona jornada.
Se trata de la entrada a la casa de huéspedes Sunflowers, en Calcuta. Y aunque el lugar en sí ya resulta llamativo por sus colores, por su decadencia y por la gente que lo habita, para mí es un lugar de gran inspiración.
Llegamos al Sunflowers en nuestro segundo día en India, después de llegar la noche anterior desde Nepal.

En el primer intento, cometimos el error de mostrarnos enfadados por el precio que nos ofrecían y cansados de no lelgar a un acuerdo. Nos fuimos. Recorrimos un sinfín de hostales en busca de alojamiento, dispuestos a darnos un pequeño lujo para afrontar todo el torrente de emociones que se nos venía encima cuando aterrizas en India por primera vez ( y eso que cualquier idea que llevásemos en la cabeza, era poco comparado con la realidad).
Segundo intento. Buena cara, humildad , proximidad. Y pudimos disfrutar de nuestra estancia en el maravilloso Sunflowers.
Guardo buenos recuerdos de ese lugar, porque allí es donde aprendí que en India las negociaciones pueden ser largas y tediosas, y que vale más una sonrisa y la empatía con el vendedor, que discutir en un bucle interminable de precios sin dar el brazo a torcer.

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